Los países en desarrollo de todo el mundo se enfrentan a la disyuntiva de elegir entre Estados Unidos o China en materia de comercio, financiación y seguridad. Pero en ningún lugar es tan difícil como en Argentina.
La inflación del 276% de la nación sudamericana, su tendencia a los defaults soberanos y seis recesiones en la última década la han hecho más dependiente en términos financieros de Pekín que cualquiera de sus vecinos en América Latina, donde EE.UU. ha perdido terreno frente a China en las últimas décadas.
Hace ocho meses, Javier Milei prometió que cortaría los lazos con China si se convertía en el líder de Argentina. “¿Comerciarías con un asesino?”, preguntó. Era un comentario apropiado para un admirador declarado de EE.UU., Milton Friedman y Donald Trump, un autodenominado anarcocapitalista que rechaza el socialismo y la intervención estatal.
Ahora, el presidente Milei está adoptando un tono mucho más pragmático, afirmando que las relaciones comerciales entre China y Argentina no se han modificado “en nada” y que no tiene intenciones de tocar el swap de divisas de US$18.000 millones.
“Siempre hemos dicho que somos liberales”, declaró en una entrevista exclusiva con el editor en jefe de Bloomberg, John Micklethwait. “Si la gente quiere hacer transacciones con China, puede seguir haciendo las mismas transacciones”.
Un socio estratégico
El comercio y la inversión chinos ahora impulsan grandes sectores de la economía argentina, que van desde las materias primas y la energía hasta la banca. Esto sigue siendo cierto incluso después de que la reciente caída del mercado chino llevara al país a frenar parte de su inversión extranjera. Los logotipos del ICBC (Industrial and Commercial Bank of China) y del Banco de China cuelgan de los rascacielos de Buenos Aires. La superpotencia ha financiado decenas de proyectos de infraestructura en todo el país, desde represas hidroeléctricas y zonas de perforación petrolera hasta una estación espacial y una enorme mina de oro.
Sin mencionar una línea de swap de divisas de US$18.000 millones, la mayor fuente de reservas extranjeras de las agotadas arcas del banco central. Se ha convertido en la línea de swap de yuanes más grande del mundo, acumulada en un momento en que China las ha utilizado en varios países para reafirmar su influencia mundial. A cambio, China se asegura el suministro de alimentos, minerales críticos como el litio y un nuevo mercado para su industria pesada.
Pero la realidad es que si Milei quiere desmantelar la economía altamente regulada de Argentina, como parte de su plan para sacar al país de la pobreza y frenar la inflación, tendrá dificultades para hacerlo sin China.
Es una lección que muchos otros líderes han aprendido. Antes de llegar al poder, el exmandatario brasileño Jair Bolsonaro criticó a China e incluso visitó Taiwán, solo para recibir más tarde en el palacio presidencial a ejecutivos de Huawei Technologies Co. y permitir que la compañía participara en la red 5G de Brasil. Volviendo a Argentina, Mauricio Macri, que gobernó entre 2015 y 2019, también quiso enfriar los lazos con China, pero el plan fracasó. Honduras, a cambio de apoyo económico y de desarrollo, rompió relaciones con Taiwán a favor de China el año pasado.
Y ahora que los países donde vive el 40% de la población mundial celebran elecciones nacionales este año, los candidatos de todo el mundo estarán atentos a ver cómo se desarrolla la política exterior de Milei.