Se conmemoran 48 años de la Noche de los Lápices, uno de los eventos más trágicos de la historia contemporánea de Argentina.

El 16 de septiembre de 1976, luego de una protesta en reclamo del boleto estudiantil secundario, varios estudiantes de La Plata fueron secuestrados en sus propios domicilios y de ellos nunca más se supo nada. “Tuve que quemarlos, me mandaron a hacer ceniza”, confesó uno de los responsables del brutal crimen contra los adolescentes. 

El operativo de Camps durante la dictadura de Jorge Videla, trajo consigo una ola de secuestros, torturas y el asesinato de varios estudiantes en La Plata. El hecho, marcó un antes y un después en Argentina sobre todo en los jóvenes que entienden hoy que casi 50 años después los lápices siguen escribiendo.

Hagamos memoria juntos, en el año 1975, estudiantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) de la ciudad de La Plata, reclamaban boletos de colectivos con descuento estudiantil ante el Ministerio de Obras Públicas, un derecho que en muchas provincias hoy casi 50 años se sigue reclamando, mientras que otras provincias tienen un boleto gratuito estudiantil pero con un pésimo servicio.

Tras el hecho, el operativo de secuestro fue bautizado por un comisario de la Bonaerense comandada por Ramón Camps como “La Noche de los Lápices”. En este 2024, con casi 50 años de historia, protestas y movimientos estudiantiles en nuestro país, aún quedan dudas por resolver sobre lo que sucedió aquella oscura, fría (no por la temperatura porque la ciudad ya estaba próxima a recibir la primavera, sino por el frío que genera la incertidumbre y el miedo) noche, además del reclamo de justicia que no ha cesado con el pasar de los años. 

Pablo Díaz, Emilce Moler, Patricia Miranda, María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Francisco López Muntaner, Daniel Racero, Horacio Ungaro y Claudio de Acha fueron secuestrados y torturados entre el 16 y el 21 de setiembre. Muchos recuerdan estos nombres cómo si se tratará de un equipo de fútbol, pero sin embargo son jóvenes que reclamaban por mucho más que sus propios derechos. De todos ellos, solo los tres primeros lograron sobrevivir, así como también lo hizo Gustavo Calotti quien había sido secuestrado una semana antes que sus compañeros.

Una noche trágica. Comenzó como un homenaje de la policía de tradición antiperonista, (misma fecha en la que se recuerda del aniversario del golpe contra el “General Juan Domingo Perón” ocurrido en el año 1955”). La necesidad justificada era disciplinar a esos estudiantes secundarios que luchaban por el boleto estudiantil gratuito pero que integraban la peronista Unión de Estudiantes Secundarios (UES), una organización de acción política de Montoneros. 

Los jóvenes desplegaban su militancia en centros de estudiantes y entre sus pares de los colegios secundarios o, participaban de tareas de alfabetización en barrios pobres, muy lejos de lo que ocurre hoy en un país con democracia plena donde la militancia  y las discusiones juveniles defienden causas, generan debates de leyes y vulneran/logran cientos de derechos. Aquellos jóvenes, no eran temibles, ni enemigos armados, ni tampoco tenían la “bendición” de los grandes inversores extranjeros o empresarios que hoy, acompañan a jóvenes en sus reclamos con el fin de lograr una billetera un poco más abultada, desoyendo las necesidades juveniles.  La historia de su secuestro, tortura y reclusión en distintos campos de detención fue difundida en el juicio a las juntas militares en 1985, por Díaz y más tarde por Moler.

A partir de entonces, la sociedad hizo justicia de distintas maneras. Una, la más importante, es el proyecto para establecer por ley el 16 de setiembre como “Día del estudiante secundario”, en la provincia de Buenos Aires, o las actividades desarrolladas por diferentes profesores en sus aulas para recordar siempre que “los lápices siguen escribiendo”. El nombre de esos chicos identifica escuelas y aulas en diferentes partes del país, o incluso algunos centros de estudiantes utilizan el nombre de algunos de ellos en señal de la defensa de los estudiantes secundarios. Son recordados como pequeños caballeros de una lucha que sentó precedentes para todos los estudiantes. 

El silencio fue la norma para quienes los asesinaron. Cabe recordar que en los “Juicios por la Verdad” que tuvieron lugar en La Plata, los nombres de los represores señalan, entre ellos, a Miguel Etchecolatz, a Valentín Pretti, alias "Saracho", y al excabo de la Bonaerense Roberto Grillo. Ellos tenían el secreto del destino de los adolescentes y que muchos son recordados hoy con repudio.

Con total impunidad, perdiendo todo el sentido de la dignidad humana, uno de los represores y torturadores dijo hace algunos años: “Yo los tuve que quemar, hacer cenizas, pero no los maté, ya estaban muertos”. La vida se encargó de castigarlo, en la tierra de la ganadería también confesó “no pude volver a comer carne nunca más”. La vida enseña, siempre enseña y sobre todo demuestra que la crueldad se paga. 

El silencio, el pacto de sangre, y la locura van más allá del castigo al que temen los represores. Conocer el destino final de esos casi niños es una deuda civilizatoria para con sus familiares y la sociedad. En tanto, hasta que se sepa la verdad, y la justicia sea plena, los lápices seguirán escribiendo.

Fuente:MDZOL