El gobernador de la Provincia debe manejar las tensiones de la gestión y, además, las políticas, mientras que sus aliados le piden que arme una lista sin intervención de Máximo Kirchner.

El peronismo kirchnerista se encuentra en un gran debate interno mientras encuentra el camino para salir de la severa crisis que le trajo someterse a la conducción de Cristina Fernández de Kirchner durante una década. En esta puja no ingresa el Frente Renovador de Sergio Massa, que termina siendo un socio imprescindible, pero minoritario, para conformar una alianza de poder con posibilidades de éxito electoral.

Esa tensión se puede graficar en una sola decisión. Si Axel Kicillof confronta o no contra Cristina Fernández de Kirchner, cuyo representante en la tierra es la estructura que comanda su hijo Máximo. El peronismo hay una ley fundamental: el que pretenda el bastón de mando debe conducir. Si esto sucede, no sólo solidificará su espacio sino que muchos de los que hoy no se encuentran imbuidos, cercanos o convocados por el gobernador rápidamente se encuadrarán en su proyecto.

El espacio que con esfuerzo están tratando de conformar Juan Zabaletta, Fernando Gray, Julio Zamora, Facundo Moyano y que cuenta con el silencioso pero cada vez más amplio respaldo de varios representantes partidarios de la mayoría de las localidades de la Provincia se reduciría al mínimo. Lo mismo le pasará a Florencio Randazzo.

¿Qué pasará, en cambio, si Axel sigue con su tesitura de no confrontar abiertamente con el hijo de los dos presidentes?... Algo de eso se escuchó ayer en Tres de Febrero, donde la organización que lo apoya en su proyecto presidencial, La Patria es el Otro, realizó un importante acto en el que estuvo como invitado especial Andrés “El Cuervo” Larroque en otra cita de las “Charlas Compañeras”.

La pregunta que se hacían la mayoría de los presentes era si valía la pena realizar el esfuerzo de emanciparse de Cristina con lo que le cuesta y el pánico que eso le provoca a la mayoría de la dirigencia que se acostumbró a vivir, aunque sea con cierto sometimiento, a los designios de una conducción poco propensa a la discusión y menos generosa a colocar en sus listas a dirigentes que no sean propios.  

Pero además había una pregunta mayor. Si la ex presidenta y vice de la Nación terminara presentándose como candidata a diputada nacional bonaerense en las próximas elecciones, todos los que hoy vociferan y luchan contra su hijo ¿se animarán a enfrentarla? Larroque, Gabriel Katopodis, Jorge Ferraresi saben o presumen el costo de esa pelea. Fundamentalmente los dos últimos, que deben mantener sin fracturas sus distritos, General San Martín y Avellaneda, respectivamente, porque saben que cualquier variante en ese delicado equilibrio podría alejarlos del poder territorial por mucho tiempo, ya sea por la derrota interna o porque esa pelea hará que un tercero se le cuele por el medio.

Como ellos son muchos los que sopesan las ventajas y desventajas de la soberanía política que pretenden conseguir. Y se les llena la estrategia de dudas cuando escuchan que es el propio Kicillof el que no cree que este sea el momento de la confrontación con sus históricos aliados, esos que lo llevaron desde el Clio que conducía Carlos Bianco hasta la gobernación hace cinco años.

Ese dilema no lo tienen ni Zabaleta, Zamora o Gray. Mucho menos el cada ascendente Guillermo Moreno, quien se ve a si mismo como el encargado de ponerle la doctrina peronista a cualquier proyecto que represente “al movimiento” en el futuro. Él se considera como el único en condiciones de encauzar la profunda crisis social que provocará Javier Milei con sus políticas y el que puede restituir los valores de los precios en 24 horas cuando llegue la hecatombe, que no ve muy lejana.

Pero, a diferencia de otras oportunidades, nadie hará nada para que el gobierno termine abruptamente su mandato. Ni los intendentes ni los sectores más radicalizados del kirchnerismo. Saben que una Asamblea Legislativa no es la solución y mucho menos el desbande callejero. Lo que al inicio del siglo XXI pudo ser controlado rápidamente, la descomposición social urbana, con la penetración de la droga y sus bandas, podrían elevar hasta lo infinito el costo de la restitución de la paz social.

Si bien todos hablan con todos, inclusive con peronistas clásicos como Miguel Angel Pichetto, un “institucionalista”, como lo califican, algunos tienen límites y la unidad no sería tan lineal. Ni el presidente del Bloque Hacemos Coalición Federal ni los sindicatos clásicos ni Moreno se ven comprendidos por el proyecto Kicillof, para algunos, aún un socialista.

Mientras tanto, Santiago Caputo, el estratega y único hombre con poder en el gobierno de Milei, sigue soñando con la ruptura del peronismo a través de los gobernadores que estuvieron en la firma del Pacto de Mayo. Idea originaria del eyectado Carlos Kikuchi el año pasado que todos los días toma más fuerza a través de los primos Menem, Eduardo y Martín, Guillermo Francos y Daniel Scioli.

Tanto Pichetto como Emilio Monzó se divierten cuando escuchan todo eso. Saben que el peronismo kirchnerista no necesita del gobierno para saber cuándo es el momento para zambullirse por el poder y cerrar con unidades que parecían increíbles hace meses atrás.