Hasta ahora, la decisión de Bergoglio dependía de su estado físico. Incluso sostuvo que si el cuerpo le responde bien durante el periplo de once días por Asia y Oceanía que realizará en septiembre, anunciaría su visita a la Argentina. Sin embargo, el factor político pesa en su decisión.
En los últimos días, la política en el país se convirtió en un todos contra todos. No son solo fuertes choques verbales entre exponentes de espacios diferentes, sino dentro de los propios espacios y también con los aliados. El oficialismo -precisamente por ser gobierno, pero también por su debilidad en el Congreso ante los pocos legisladores con que cuenta- constituye el ejemplo más grave y patético.
Senadores que cuestionan poco menos que a los gritos, decisiones del presidente de la Nación y, especialmente, a sus más allegados, y diputados que buscan saldar sus diferencias a los gritos y con denuncias penales.
El oficialismo al más alto nivel también tuvo roces con la fuerza política que le dio un apoyo clave para el balotaje: el PRO. Javier Milei dijo que las explicaciones que le dio Mauricio Macri por el rechazo de sus legisladores al aumento del presupuesto en la SIDE “no fueron satisfactorias”, pese a que el expresidente apoyó el veto a la movilidad jubilatoria aprobada por ambas cámaras.
Mientras que Patricia Bullrich acusó a Macri de “mandar a los señores del PRO a votar a favor de un proyecto fiscalmente irresponsable y después públicamente salir a decir que estás en contra”.
La lista de los encontronazos políticos en el oficialismo y con los espacios afines -que también tienen los suyos como está a la vista- de los últimos días es mucho más larga. Vale mencionar que el pleito entre el gobierno nacional y el de la Ciudad -o sea, entre dos aliados- por la coparticipación se está en la Justicia, sin que el ministro de Economía, Luis Caputo, haya asistido esta semana a la audiencia con el jefe del Ejecutivo porteño, Jorge Macri. Y si bien las diferencias del presidente y su entorno con la vicepresidenta Victoria Villarruel no son de ahora, suman tensión.
El caldeado escenario, previsiblemente, preocupa a la Iglesia argentina. Y también al Papa Francisco, al punto que estaría condicionando su decisión de venir al país, según trascendió. Hasta ahora, la decisión dependía de su estado físico. De hecho, venía diciendo que, si el cuerpo le responde bien durante el periplo de once días por Asia y Oceanía que realizará en la primera quincena de septiembre, anunciará su visita a su patria para los próximos meses. Pero el factor político -en un marco económico y social delicado- empezó a pesar en su decisión.
En realidad, no es la primera vez que se le atribuye a Francisco condicionar su visita a la profundidad de la grieta que divide a buena parte de la sociedad argentina. En varios momentos de su pontificado se dijo que esperaba que la polarización disminuyera para evitar que lo que dijese e hiciese fuese motivo de polémica y, en vez de contribuir a la unidad de sus compatriotas, como es su deseo, su visita crispara aún más los ánimos. De hecho, la secretaría de Estado del Vaticano -que maneja información privilegiada de todo el mundo- desaconsejaba el viaje.
Sin embargo, muchos en la Argentina -dirigentes y ciudadanos en general- consideraban -y siguen considerando- que una visita del Papa contribuiría a la unidad de los argentinos. Porque, a pesar de que muchas actitudes suyas de ribetes políticos fueron cuestionadas, su prédica y sus gestos serían muy valorados. Además, hay quienes consideran que ahora “los planetas estarían alineados” porque a la buena disposición ante su venida del kirchnerismo, por izquierda, se suma la del mileísmo, por derecha, comenzando por el propio Javier Milei.
Es que aunque la relación de Francisco con Cristina Kirchner y con Alberto Fernández no terminó bien por diversos motivos -aprovechamiento político abusivo del vínculo, actitudes confortativas con la oposición e impulso a la ley del aborto en el peor momento de la pandemia- el kirchnerismo siempre quiso tenerlo de su lado. Mientras que el enojo de los sectores no peronistas hacia el pontífice, por considerar que simpatiza con el justicialismo, queda en alguna medida acotada a partir del deseo de Milei de ser el presidente que reciba al Papa.
No obstante, la tensión política debería disminuir, dicen allegados a Francisco. Más aún: señalan que el esfuerzo tendría que comenzar por el presidente de la Nación que, desde que asumió, se mostró tan confrontativo como los fundadores de la actual grieta: Néstor y Cristina Kirchner. Al fin y al cabo, el fuerte enfrentamiento que el entonces cardenal Bergoglio tuvo con los Kirchner empezó por esa razón. “Si Milei quiere que el Papa vaya a la Argentina como dice, debería moderar sus declaraciones”, afirman.
Conocedores del quehacer eclesiástico creen que el mensaje podría llegar a oídos del presidente por boca de las autoridades de la Iglesia argentina. ¿El arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, habló de esto con el Papa durante la extensa reunión que mantuvo esta semana en la residencia de Santa Marta? ¿Será el portador de esta recomendación considerando que tiene un buen diálogo con Milei? En tal caso, ¿logrará el Episcopado moderar al libertario? ¿O será como pedirle peras al olmo?
En este contexto, podría jugar un papel clave el nuevo secretario de Culto, el joven libertario Nahuel Sotelo, un católico fervoroso de perfil conservador, pero que mucho aprecia a Francisco. Cercano a Karina Milei y Santiago Caputo, su voz podría tener alguna gravitación en lo más alto del poder y contribuir a generar las condiciones para la concreción de la visita del Papa.
Con todo, para Jorge Bergoglio -dicen sus allegados- lo más importante es que disminuya la tensión política y haya algunos acuerdos. Porque, en definitiva, nada bueno para el país puede surgir de tanta pelea.