Esta nota podría adecuarse perfectamente a un artículo referido al día del animal. Nombraré loros, insectos, caballos y perros; pero visto la generosa repercusión, por parte de los lectores, que tuvo el texto escrito la semana anterior sobre aquel (casi desconocido) caballo de José de San Martín, hoy recurriremos a otro dato poco resaltado sobre la vida personal del Libertador. La historia del día girará sobre aquella querida mascota canina que lo acompañó hasta morir.
Sería recurrente rescatar una vez más la admiración que sentimos por San Martín, y también es reiterativo ponderar su humanismo y su apego al cuidado medioambiental. Un claro ejemplo fue cuando en sus históricas “Máximas a Merceditas”, como buen adelantado en materia ecologista, advertía a su querida hija de la importancia de ser cuidadosa con el ambiente y con todos los integrantes de la naturaleza. “Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que no perjudican”. La reflexión fue escrita sobre una lista de doce consejos, con el fin de procurar que le sirvieran de referencia y guía en su vida futura. Puntualmente ese axioma a Mercedes se completaba con una cita del escritor irlandés Laurence Sterne (1713 - 1768): “Sterne ha dicho a una mosca, abriéndole la ventana para que saliese: ‘Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande para nosotros dos’”. Así concluía una de “las máximas” que fueron escritas en Bruselas durante 1825.
Los próceres argentinos y sus mascotas
El chiste fácil queda servido. No hablaré del perro Dylan, ni de Conan. Hablaremos de próceres. Por ejemplo; Urquiza tenía un perro llamado “Purvis” (por aquel almirante ingles que bloqueó el Rio de la Plata en 1843: John Brett Purvis). Dicen que el perro era malísimo y que solo ante un grito de Urquiza: “¡Quieto Purvis!”, el choco dejaba de torear y morder. Lo cierto fue que “Purvis” quedó inmortalizado gracias al cuadro del pintor Juan Manuel Blanes (1830 – 1901) sobre la batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852, en donde el can aparece protagónicamente junto al ataque de la caballería.
Otro animal famoso fue el caballo moro de Facundo Quiroga. “El brujo” le llamaban; aunque también pasó a la historia como “el moro de Quiroga”. Lamentablemente para Facundo Quiroga lo perdió tras el combate de La Tablada (22 y 23 de junio de 1829). No solamente el riojano fue derrotado por José María Paz, sino que además le llevaron el caballo, un equino a quien Facundo le atribuía poderes sobrenaturales. Cabalero y supersticioso, la historia cuenta que “el tigre de los llanos” nunca dejó de reclamarlo. Hasta le pidió a Juan Manuel de Rosas para que intercediera antes quienes tenían secuestrado al “moro”.
Domingo Faustino Sarmiento fue también un amante de los animales. Desde su casa de descanso en una isla del delta de Tigre, le solicitó a José Posse que le enviara desde Tucumán “un loro manso y hablador”. Y así fue; el amigo tucumano cumplió con el pedido del sanjuanino. Al cabo de unos meses, sin que el ave hablara, y en tono burlón, Sarmiento le escribió una carta a Posse: “Tu loro es un animal. No dice una palabra”. Tiempo después Sarmiento les regaló dicho loro a sus hermanas. “Perico, el mudo”, así fue conocido irónicamente en la familia Sarmiento Albarracín.
El perro que le regaló Bolívar
San Martín no conocía personalmente a Bolivar, aunque ambos se dispensaban un respeto muy considerable y valoraban mutuamente. Su correspondencia a través de cartas así lo demuestra. Además, era usanza de la época intercambiar regalos ante los encuentros que dirimirían cuestiones de estado entre las personalidades involucradas. Ese rito ceremonial y diplomático formaba parte de un cordial protocolo cuando se producían reuniones muy trascendentes. Indudablemente, “la entrevista de Guayaquil” lo fue (26 y 27 de julio de 1822).
Pero no hubo acuerdo en la reunión. Bolívar por ese tiempo ya había anexado prácticamente Guayaquil a la Gran Colombia y será San Martín quien ofreció ponerse bajo las órdenes de Bolívar, pero el venezolano no aceptó. Mucho se ha escrito al respecto. Hasta un joven Sarmiento con 35 años entrevistó sobre el tema a un veterano San Martín en Francia durante 1846. Sin dudas, será la famosa entrevista de Guayaquil una de las páginas de la historia que más tela dejó por cortar. No será hoy ese nuestro tema, aunque prometemos volver.
Habíamos quedado en aquella instancia protocolar. San Martín le obsequió a Bolivar una escopeta, dos pistolas y un caballo de “paso peruano”. Eran regalos propios de un verdadero militar. Bolívar, por su parte le regaló un retrato de él mismo y un perro.
San Martín no alcanzó a estar dos días en Guayaquil. La reunión (dijimos) había fracasado y será ahí, cuando el General debió haberse dado cuenta que sus tiempos en América estaban contados. Emprendió el regreso a Perú. De ahí a Chile. Luego a Mendoza. Lo acompañaba su frustración y el perro regalado por el venezolano. Lo llamó “Guayaquil”, en honor a la reunión con Bolivar.
Así fue; tras el paso cordillerano y su estadía en Mendoza por ocho meses en La Tebaida de Los Barriales, partirá a Buenos Aires para emprender (a principios de 1824) el camino del exilio definitivo en Europa. ¿Cuáles fueron, tras los heroicos años de campañas libertadoras, los únicos acompañantes de San Martín en su viaje al viejo continente? Su hija Merceditas y su perro “Guayaquil”.
La magia de San Martín y su compañero
Lo cierto será que “Guayaquil”, el perro trotamundos, morirá de muy viejo. Fue el mismo San Martín quien lo enterró en los jardines de su propia casa de Grand Bourg, y será también el Libertador quien redactó en la lápida: “Aquí duerme Guayaquil”.
Para terminar una anécdota de ocasión. Dicen las crónicas que una situación que le causaba gran deleite a San Martín, era exponer ante sus visitantes un truco (actoral y “mágico”) que realizaban con “Guayaquil”. El evento giraba ante un supuesto juicio que el General le efectuaba al perro y terminaba con la simulación de un fingido fusilamiento con su bastón.
“Guayaquil” aparentaba morir. “Se hacía el muertito” y la artimaña recién terminaba ante el grito del San Martín: “¡Arriba!”; “¡Arriba!”. Y era ahí cuando el can se levantaba como simulando que había resucitado. Los aplausos marcaban el final del truco.
“Debout!”; “Debout!”. Aunque no lo crean también existía una versión para el público francés.